martes, 24 de marzo de 2015

El eremita


Una mañana soleada, el eremita se levantó lúdicamente para recorrer el mundo. Durante la noche, un sueño referente a una liebre castrada le había despertado tembloroso, y luego de un arduo análisis hermenéutico, no dudó del significado. Recorrer el mundo, buscar un maestro.
Resulta que los eremitas son muy supersticioso, y desobedecer un sueño es equivalente a vestirse de payaso y saltar por las alcantarillas, así es que no dudó un segundo en recoger su mochila, llena de provisiones y libros de estudio, y partir hacia el oeste, donde muere el sol. De camino vio a un señor delgado y hambriento, y el eremita, que es dado a convidar, le ofreció un poco de su pan. â??No me está permitido comerâ?? le respondió el mugriento esqueleto. â??¿Pero quién es aquél que te ordenó tan horrible condición?â?? preguntó el confundido ermitaño. â??Fue El UNO, El incognoscible, El Noúmeno, Ã?l fue quién me ordenó el ascetismo, para poder olvidarme de mi prisión, que es la carne, y fundirme en espírituâ??, â??¿Y cómo has visto tú al uno, si me has dicho que es incognoscible, cómo se ha comunicado él contigo?â??. El asceta guardó silencio unas horas, y luego dijo â??Vete demonio, me ofreces pan para flaquear mi fortaleza y mi fe, pero eso no sucederá jamásâ??. El hombre continuó su camino.
La noche había deslizado su manto opaco sobre el bosque, por lo que el eremita buscó refugio debajo de una higuera. Se encontró allí con un joven muy saludable que parecía dormido. â??Disculpe, no es mi intención molestarlo, pero me gustaría descansar a su lado para resguardarme del rocío que paraliza los huesosâ??. El joven, sin abrir los ojos, respondió, â??Ponte a gusto, pero ese frío del que te ocultas, tarde o temprano te alcanzaráâ??. â??¿Cómo puede lucir tan calmado cuando comprende esa gran verdad, que también se aplica a usted?â?? preguntó el eremita, a lo que el joven respondió â??El frío no me alcanzará, la higuera que me resguarda no es de este mundo. Sólo me tomo un tiempo de atrevimiento para despertar a los dormidos, para quitarles las flecha que los torturaâ??, â??¿Y cómo es que se quita esa flecha?â??, â??Para hacerlo es preciso repetir ciertas palabras, las verdaderas claves del universo, y abandonar las claves falsas, como el amorâ??. El ermitaño, asombrado, casi asustado, pensó para sí: â??Ã?ste joven ha de estar loco, se considera un despierto cuando tiene los ojos cerrados, y piensa apaciguar una vida física con remedios verbalesâ??. Miró hacia adelante, y continuó su camino.
En la mañana, el hombre se despertó al pie de una colina, donde lo había dejado su peregrinaje anterior, y al observar la cima, se horrorizó del panorama. â??¡Hijo, baja de ahí, te vas a hacer daño!â?? le gritó al joven que yacía colgando de sus manos, vistiendo nada más que un taparrabos, â??¡Ven aquí, yo te daré medicinas frescas del bosque, te daré agua y pan para que sanes más pronto!â??. El joven lo miró desde las alturas hacia abajo, con una mirada tierna y amorosa, casi piadosa, y le dijo â??Hijo mío, tu bondad te ha salvado, ven, come de mi carne que será tu pan, bebe de mi sangre que será tu vino, estas cosas, al final, saciarán tu sed por siempreâ??. El ermitaño agachó la cabeza y lloró: â??Qué tristeza, este joven llama hijo a un hombre adulto como yo y me insta a cometer canibalismo, ha de ser otro loco sin remedioâ??. El ermitaño continuó su camino.
Viajó semanas hasta llegar a un desierto, seco como una serpiente, y sabiendo que se avecinaba una tormenta de arena, se apresuró a ocultarse en una caverna. Allí dentro encontró a un barbudo que se masturbaba con una moneda de oro, y al advertir éste la llegada del eremita, exclamó â??¡Tú, prójimo, ven aquí, arrodíllate ante mí, porque detrás de mí esta Ã?l, y Ã?l te recompensará con vinos y lujuria si ante mí te arrodillas!â??, â??¿Y quién es él?â??, â??Ã?l es el Creador, estúpido, y su nombre debe ser pronunciado con mayúsculaâ??, â??Pues yo no me arrodillaría ante nadie que me ofreciese tales placeres así de fácil, que ya por otro lado se cobraráâ??. El eremita tuvo que salir huyendo para salvar su vida de la cólera explosiva del barbudo.
La tormenta de arena lo quemó, lo cortó, lo arrastró por las tierras como a un trapo viejo, y lo dejó casi sin vida en las puertas de un palacio. Allí lo encontraron los sirvientes del amo, que lo curaron de sus heridas y le dieron comida y bebida en abundancia. Sentados todos en la mesa rectangular, el amo le habló â??Hombre, veo en tus ojos sabiduría, dime, ¿por qué has terminado aquí en tal deplorable estado?â??, â??He cruzado mi camino con un loco tras otro, y sólo por eso he terminado asíâ??, â??Ya veo, pues bien, he aquí que te he encontrado y te he curado y te he alimentado por un motivo. Mi hermosa hija, pronta a cumplir los dieciséis, no tiene un pretendiente culto en todo este pueblo de ratas ignorantes. Vi los libros que había en tu mochila, vi los apuntes que allí has escrito; en definitiva, vi el estudio que arde en tu frente. Mi propuesta es esta: Quédate aquí, cásate con ella, y cuando yo muera, administra mi palacio con toda tu sabiduríaâ??. El ermitaño meditó unos segundos, luego se levantó, agradeció la hospitalidad, y marchó sin decir otra palabra.
Un viaje largo lo enclaustró, décadas pasaron, las estaciones caían como sus atributos. Aquí y allá hacía trabajos insalubres para pagar los alimentos, el hospedaje, los prostíbulos. Finalmente, ya quedándole pocas fuerzas vitales, llegó hasta una cabaña en el bosque. Allí entró, y vio a un viejo sentado, comiendo serenamente. En sus ojos había una promesa, un vacío inefable. â??¿Dígame señor, es usted capaz de decirme para qué he vivido?â??. El viejo no contestó. Inmediatamente el eremita cayó a sus pies, y llorando exclamó â??¡Maestro!â??. Afuera unos niños reían mientras perseguían una mariposa, una pareja joven se besaba, y unos ancianos se enternecían con el paisaje.

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