LA ODISEA DEL LLAMADO
Una vez un hombre admitió (convencido) que él había sido llamado por Dios, este le comenta a otro de su llamado, ambos llegaron a la conclusión que los dos habían sido llamados por Dios. En definitiva, pasado el tiempo ya eran muchos los que se creían que todos eran llamados por Dios, luego todos hablaban entre sí de su llamado. Sus predicaciones hablaban del llamado, sus canciones, sus conversaciones y sus pensamientos eran solo sobre el llamado. Todos se exaltaban de haber escuchado la voz de Dios, todos daban catedra de las diferentes voces de Dios, el mundo los mira con detenimiento, tratando de entender que quieren decir o hacer, para ser más preciso, aquellos que bogan por su llamado y hablan de la voz de Dios, no tiene nada claro que decir. Ellos (los llamados) insisten en que el mundo no los entiende, porque ellos no fueron llamados, que solo aquellos que escucharon la voz de Dios pueden entender. Así que el mundo se dividió entre los llamados y los no llamados. Un día, alguien se preguntó cómo comenzó todo esto, investigando y conversando unos con otros, se dieron cuenta que el primero que hablo sobre el llamado, nunca busco el pensamiento de Dios sobre el asunto, baso toda su prédica en su propio convencimiento, después de muchos años, y de todo el camino recorrido muchos llegaron a pensar que habían desperdiciado su vida en seguir la intuición de uno y no la voz de Dios, llegaron a la conclusión que nunca había escuchado la voz de Dios de la cual tanto habían hablado y pretendía conocer. Así que decidieron salir a buscar la voz de Dios que tanto anhelaban y ¿Por qué? Bueno, ellos siempre creyeron que eran llamados cuando en realidad Dios nunca los llamo, hablaron de la voz de Dios que nunca escucharon. Cuando salieron, desesperadamente buscaron por la calle a la persona de Dios, no la encontraron, creyeron que estaba en hacer el bien, allí podrían encontrar a Dios, pero no fue así. Buscaron en la moral, pensaron que cuanto más lejos estuvieron de todo acto inmoral, allí estaría Dios. Hasta ahora Dios no les había hablado, pero ello insistieron en su búsqueda, pretendieron hacer todo cuanto pudieran para que Dios los llamara pero él nunca los llamo, él nunca les hablo. Muchos abandonaron la búsqueda, otros siguieron, con dudas, inquietudes pero siguieron. Su discurso y convencimiento no había cambiado, hasta que uno de ellos (no muy convencido, pero seguro de lo que hacía) decidió ir a una vieja biblioteca, los libros estaban allí llenos de polvo, abandonados, descuidados y lo peor de todo ignorados. Busco en los diferentes estantes, los libros que hablaran de Dios, casi todos eran de los llamados, o al menos de los que se decían ser llamados, así que llego a la conclusión que mucho no iba a encontrar, sino más de lo mismo. Después de buscar y buscar, nada encontró. Se puso muy triste, porque él no se creía llamado y admitía que nunca había escuchado la voz de Dios, pero que deseaba saber cómo era y que decía. Tanto desea la voz de Dios que no le importaba si era llamado o no, al menos se conformaba con solo saber de ella. Desistió su búsqueda, la tristeza le invadió, camino por una senda solitaria, se paró junto al camino, elevo sus ojos al cielo y exclamo â??Señor no sé nada de ti, nunca he escuchado tu voz, nunca he sido llamado, pero deseo saber solo una cosa, ¿dónde estás?, ¿dónde puedo saber de ti?, ¿Por qué estás en silencio?. No obtuvo respuesta, se levantó y siguió caminando sin rumbo, caminaba pero ya sin búsqueda, hasta que llego a una casa casi abandonada, pero el humo de la chimenea evidenciaba que alguien había allí, golpeo la puerta, y alguien le abrió, era una viejita muy diminuta, con una mirada dulce, le invito a pasar, al entrar noto que vivía de manera muy humilde, le ofreció café caliente, tomo asiento en una silla muy cómoda, se sintió a gusto, con sensación de hogar. Luego ella le pregunto â?? dígame buen hombre que le trae por estos lados, pocos hombres andan en estos caminos, y quienes transitan por ellos están en una eterna búsqueda, - vera mi buen señora -respondió, -vengo del pueblo de las convicciones, donde todos dicen que son llamados y hablan de la voz de Dios pero nunca ha escuchado su voz, ahora, están todos desesperados porque se dieron cuenta que solo han perseguido la intuición humana, pero no buscan, allí se quedan, sin embargo he salido a esta búsqueda y nada he encontrado, he estado en la biblioteca y he visto libros llenos de polvo pero nada de los voz de Dios. Estoy muy triste, he clamado a Dios y él está en silencio. La viejita lo miro con admiración y compasión y le dijo â??mi buen hombre Ud. está buscando en el lugar equivocado, ha leído Ud. alguna vez el libro de Dios, este dice todo en cuanto a él, todas la cosas que se pueden decir sobre el fuera de este libro son intuiciones meramente humanas, Dios desde su libró habla y su voz es clara. Cuando el escucho a la anciana referirse a un libro donde Dios habla y de manera clara, su corazón sacudió su pecho, y exclamo â??como ¿un libro de Dios, donde el habla? ¿Dónde lo puedo encontrar?. Fue así entonces que esta mujer tomo a su huésped, lo miro fijamente y le dijo, -¿quiere Ud. saber de Dios y su plan?. Claro, respondió, desesperadamente anhelo escuchar su voz. Bueno quédese aquí, camino hacia el cuarto contiguo y desde allí trajo un libro, el libro de Dios, viejo, gastado y marcado por todos lados, al abrirlo su crujido evidencio los años y su desgaste. Esta mujer le fue mostrando a este hombre como era la vos de Dios, como esta es clara convincente y pura. Después de escuchar esta anciana llego a la conclusión que él nunca había escuchado la voz de Dios, pero ahora sabía muy bien porque, estaba separado de Dios, y allí, en toda su región todo era soledad y silencio, se hablaba de la vos de Dios y nunca la habían escuchado, pero el, por primera vez la había escuchado, sabía que los oídos humanos no pueden escucharla, la vos de Dios se escucha con el corazón, y él desde allí escucho la vos de Dios donde este por medio de su libro le dijo â??si oyeres hoy su vos no endurezcáis vuestros corazonesâ?? luego le dijo a la anciana, - nuestro corazón esta tan duro y tan banalizado por el orgullo del llamado, que no podemos oír su vos. Fue así entonces que este hombre que una vez se creyó llamado, escucho la vos de Dios y fue allí que por primera vez, supo que Dios estaba ahora en su corazón. Esto género en su corazón una enorme ganas de contar esta verdad de la vos de Dios y de su libro, debo ir a mis hermanos, dijo con vehemencia y compasión, no me puedo callar. La anciana le dijo - hazlo pero lleva mi libro sino no te escucharan. Paso la noche allí, se quedó hasta altas horas de la noche leyendo el libro de Dios, por la mañana se levantó, tuvo una lectura junto a la anciana y se despidieron, él se alejó lentamente y se volvió a atrás, miro a la anciana y le dio gracias porque en aquella diminuta casa encontró la voz de Dios. Al caminar, el horizonte era distinto, ahora la belleza del paisaje se complementaba con la vos de Dios, su tristeza ya no estaba, no se sentía solo, no sufría el silencio. El libro de Dios era su palabra y esta le hablaba todos los días. La vos de Dios en su vida y Jesucristo en su corazón, habían puesto en el un peso por sus hermanos y asía allí se dirigía, a la ciudad de la convicción, donde todos se creen llamados y nunca escucharon la vos de Dios. Su caminar era lento, pero firme. Su mirada fija, en su dirección no iba a menguar, y porque, porque primera vez un hombre fue a esa ciudad siendo llamado, con la palabra de Dios en sus manos sabiendo que había escuchado su vos llamándolo a llevarles la palabra a sus hermanos, llego a las puertas de la ciudad, se paró frente a ella, levanto sus ojos al cielo y dijo â??padre se quién eres y donde estas, he escuchado tu vos, me has traído hasta aquí. Ahora ellos escucharan tu vos, dame la fuerzas para no menguar, confirma tu palabra, padre hago mía la vos del profeta, â??he oído tu palabra y temíâ??. Terminada su oración, se paró, miró fijamente la puerta, y entro, lo que sucedió allí fue algo que conmovió a todos, pero eso, eso síâ?¦ es otra historia.
Mario Griguelo. Otoño del 2015
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